martes, 22 de febrero de 2011

anamilenararo (un post algo largo)

Me gustaría sonar un poco menos obsesionado, pero encontré esto ayer y he estado con la nostalgia a flor de piel. 

Han pasado cuatro años desde que escribí un post sobre Ana Milena Ramírez, una chica que recuerdo muchísimo de mis primeros años en el San Mauthausen.  Traté de describirla sin mayores idealizaciones pero era imposible.  Ojos claros y enormes, piel aceitunada, piernas larguísimas, el pelo corto, delgada. 
Recuerdo con algo de claridad (y posiblemente algunos detalles que mi imaginación quiso aportar) la primera vez que hablamos. 

Bueno... ¿Uno puede decir realmente que un niño "habla con alguien" cuando conoce a otro niño?  La comunicación infantil es un poco más metafísica, partes iguales de sorpresa - ante el descubrimiento de no ser el único niño en el planeta Tierra - y una interpretación bastante rupestre del lenguaje gestual.

En un minibus gris oscuro manejado por un tipo gordo, malgeniado, medio brocha, de gafas, creo que de apellido Garavito. Creo que la directora de ruta se llamaba Nancy.  La Ruta 1 del San Mateo me recogía a las 6 y pico de la mañana al frente del Edificio Sucre (que queda en la 19, cerca de la Tadeo)  Los primeros días de colegio pasé desapercibido (lo que es una proeza, considerando que mi lenguaje era bastante florido para un mocoso de siete años y que hasta el día de hoy hablo solo).  Conservé casi todos mis amigos en la transición del Grimm's Kindergarten (filial del San Mauthausen y, extrañamente, un sitio increíblemente hermoso a comparación del campo de concentración que era ese colegio).

El colegio solía empantanarse frecuentemente en una época en la que Bogotá era fría, nublada y llovía por días.  Olía a ciénaga y a mierda de llama (había un par de llamas cuya presencia, hasta el día de hoy, no entiendo).  Aparte de un par de instrumentos de tortura hechos con tubos oxidados y sostenidos por una capa de pintura blanca, una cancha de fútbol al lado de un territorio prohibido que todos conocíamos como "el bosque" (una franja de eucaliptos y pinos que lindaba con una cerca de alambre de púas donde encontraban gatos muertos cada semana y se inventaban leyendas urbanas) y una cancha de basket que hacía las veces de Plaza de los Héroes durante las izadas de bandera.  Un colegio que parecía diseñado por El Pobre Werther y ni siquiera las carteleras de colores y la pedagogía bobalicona de los ochentas podía quitarle el aire a novela de Julio Jiménez.  Definitivamente era un lugar bastante, bastante hostil.

No recuerdo muy bien el hecho específico, pero supongo que fue algo desencadenado por mi antipatía natural.  Soy esa clase de persona que incomoda sin saber por qué.  Un grupito de niños de Segundo (forro verde para cuadernos y libros) comenzó a montármela (Transición, forro amarillo en cuadernos y libros).  Aprovecho para sapearlos, porque no lo hice ese día:  René Montero, Juan Carlos Bermúdez, Ana Milena Ramírez.  Miss: ellos fueron.

Al percibir la agresión, me deshice en llanto.  No un llanto estridente, no ese llanto que convierte a padres sensatos en parricidas.  Mi llanto era un llanto quedo, chiquito, frágil.  Era esa clase de llanto que te hace pensar que en verdad le has hecho daño a alguien, inmerecidamente, que has tomado a una pobre criatura y la has destrozado de una forma tan brutal que solo puede emitir esos ruiditos y ese par de lágrimas porque su ser no da más de sí.  No creo que haya sido la primera vez que experimenté la agresión (Años atrás, un niño en Santa Marta me había dado un puño en la cara por tomar su ventilador a pilas), pero fue la primera vez que sentí cómo un grupo se formaba para molestar a otro niño.  A mí, al niño que hablaba solo y se inventaba amigos imaginarios porque vivía en un apartamento en el centro.  A mí, al centro de mi mundo, todo pulsiones del Ello.

No sé qué parte conmoví de Ana... creo que un sentimiento de culpa profundo (y un instinto maternal bastante precoz) la obligó a asumir un rol de madrina.  Sobra aclarar que esto es una conjetura que hice recientemente.  Recuerdo que era bastante rebelde (para los estándares disciplinarios del San Mauthausen, que prohibían cualquier cosa que no fuera rezar el Padre Nuestro en inglés por las mañanas y descomponer proteínas en aminoácidos).  La bufanda azul era, de alguna manera, un desafío a la norma.  Por eso su nombre estaba inscrito en tiza casi que indeleblemente en una lista de escarnio público llamada "Consejo de Disciplina".  Sus ojos podían ser los ojos más dulces del mundo y los más fieros.

Un día desapareció.  Creo que tanto ella como sus papás se cansaron del San Mateo o posiblemente comenzó a tener problemas académicos.  Nunca lo supe.  Solo supe que ya no estaba.

Pasaron varios años y, por temporadas, quería buscarla.  Retomar una amistad, recuperar un recuerdo, volver a ver esos ojos (y, con el advenimiento de la adolescencia, corroborar el desarrollo de esas piernas interminables).  Nunca volví a saber de ella hasta hace un par de días.


Quería saber qúe contenidos existían bajo mi viejo seudónimo: Rev. Jakob Koshkat.  Encontré miles de entradas viejas de blogs, algunos ensayos que escribí en foros sobre satanismo y en una de las búsquedas más lejanas, encontré un blog del 2008 donde me mencionaban:

"Hace poco por pura curiosidad decidi buscar que encontraba en los servidores si tecleaba mi nombre...y me lleva una sorpresa cuando veo que mi nombre me dirigia a la pagina de blog de alguien que se hace llamar Rev Jakob Koshkat y me disculpo si ese es su verdadero nombre, pero realmente no recuerdo a nadie llamado asi."



Era Ana Milena.  No pude contener un llanto quedo en nombre del niño que se quedó extrañando a una niña alta, flaca, de ternura hostil.

No, mi nombre no es Jakob Koshat. Me llamo Juan Camilo Herrera.  El "Camilo" casi no lo uso.  Vivía en el centro, en el Edificio Sucre, al frente de Jardines de Fenicia y al lado de la Tadeo (y de ese parque con esculturas espantosas).  Estuve en el San Mateo del 89 al 94 y también lo odié.  Estuve en el San Carlos del 94 al 98 (repetí Séptimo) y en el Colombo Gales hasta el 2001.  Viví en Estados Unidos un tiempo y volví para estudiar Comunicación Social en la Javeriana y luego Gastronomía en LaSalle College.  Me largo a Buenos Aires en tres semanas a buscar suerte.

Algunos recuerdos sueltos sobre Ana:  Una lucha por mi custodia con una niña de apellido Potes, un recreo lluvioso que pasamos en el salón de "danzas" resguardándonos del frío y de las goteras y un episodio de bus no muy claro (creo que se varó o hubo un trancón monumental) en el que estuvimos en esa camioneta hasta que oscureció.

Si llegas a encontrarme otra vez por acá: búscame en Facebook (Juan Camilo Herrera Castro, la foto de un zorro).  Sé que no somos un niño y una niña en un colegio dantesco sino un tipo ya casi llegando a los 30 y una mujer con una hija.  Sé que ninguno de los dos quiere recordar el San Mauthausen (y lamento haberte hecho desempolvar ese recuerdo) pero creo que cada ser humano es un libro y siento muchísima curiosidad ante la idea de encontrar en tí un párrafo sobre mí en el que yo no soy tan cínico.

Si no me encuentras, no te preocupes.  Saber que estás bien es suficiente para mí.

2 comentarios:

  1. traga maluca y profunda con algo de resentimiento entre los recuerdos vagos de infancia. Aparte de eso, una excelente forma de escribir que en cierta forma sin conocerte atrapa...

    ResponderEliminar
  2. Sería aburridísimo si tuvieras que conocerme para leerme. Eso le quitaría la universalidad al asunto y terminaría matando el sentido de tener un blog.

    Muchas gracias. ¿Cómo llegaste a este blog?

    ResponderEliminar