martes, 30 de noviembre de 2010

Intento circense de darle orden a mi cabeza por un momento.

Tal vez no exista más verdad que la ciencia.  Pedir, al menos en el escenario cotidiano,  una correspondencia cercana a la totalidad entre la opinión y el hecho es demasiado, casi abusivo.  Muchos comediantes repiten aquello de la mentira como el secreto de una relación exitosa.  Yo tengo problemas a la hora de la verdad.  Desde mis primeros encuentros con Nietzche (y con quienes lo leían patosamente, como adolescentes eccéntricos) he dicho que no existe verdad.  Solo existen verdades.  A lo sumo podemos elegir algunas que guarden cierto parecido con la definición más universal de realidad que se tenga a la mano.  Casi todo es arbitrario y priman las intenciones sobre los hechos.

Es una libertad miedosa que nos empuja a buscar lo conocido, una mutación metafísica que, a la larga, no es más que una reiteración del zeitgeist.  Sueño con una anarquía, pero temo que esta solo sirva para ratificar mi derecho a vivir como siempre he vivido (en vez de emprender otros rumbos) y conservar mis miedos como privilegio burgués. Si ni siquiera existen verdades (o, mejor, si no existe ninguna virtud real en la verdad), existir es un acto de fe, pero me desagrada bastante ese planteamiento cartesiano que ha llevado a más de un incauto a abogar por la teología... hay que ver a lo que lleva la fatiga mental...

Una parte de mí aún cree que la fe y la esperanza son distintas.  Soy humano y las ortodoxias no se me dan bastante bien, por eso tengo que aceptar una debilidad inherente.  Lo siento: no puedo ser nihilista ni misántropo... soy menos pesimista de lo que aparento ser (pero para muchos no es suficiente.  De nuevo, lo siento: no soy tan optimista como lo podría ser).  Rechazo por principio la fe, pero abogo por la esperanza.  Ambas son contingencias que no dependen de la razón y solo están atadas a mi weltschmerz en un saudade lánguido.

Si debo tener fe en algo, prefiero tenerla en la bondad humana y en el Amor.  Son tan improbables como un dios y requieren maromas lógicas y semánticas para existir.  Pero, a diferencia de cualquier deidad o fenómeno paranormal, he podido evidenciar ambos fenómenos.  Es el alivio que mi naturaleza esencialmente ingénua encuentra para desbordarse en la capacidad humana de creer.

Si no hay más verdad que la ciencia, lo demás es un ejercicio diseñado para matar el tiempo mientras estamos vivos.  Libres de todo propósito, de todo plan divino, de toda fatalidad... creo que es la única forma de destruir el mundo que conocemos y crear uno totalmente nuevo con las cenizas.  Es mi única esperanza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario